En un contexto de medicina personalizada se hace cada vez más necesario un abordaje multidisciplinar de los pacientes. Esto puede ser especialmente relevante en enfermedades crónicas de elevada prevalencia, como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).
En esta, al igual que en otras enfermedades respiratorias crónicas, es frecuente que coexistan comorbilidades, como la depresión, que empeoran su calidad de vida, interfieren con la percepción de otros síntomas y agravan su pronóstico.
La depresión es más frecuente en los pacientes con EPOC que en la población general, aunque su prevalencia presenta importantes variaciones en función de diversos aspectos, como la población estudiada o los métodos y herramientas utilizados para su diagnóstico. Se calcula que aproximadamente el 25% de los pacientes con EPOC sufre de formas leves o subclínicas de depresión, que no suelen ser detectadas por los profesionales de la salud y, por consiguiente, no reciben tratamiento.
Se han identificado diversos factores de riesgo para el desarrollo de depresión en los pacientes con EPOC, entre los que se incluyen la mayor intensidad de la disnea, el ser fumador activo, la presencia de otras comorbilidades, el bajo nivel educativo, el bajo estatus socioeconómico y, en general, la peor calidad de vida. Los mecanismos fisiopatológicos subyacentes a la asociación entre EPOC y depresión no han sido claramente establecidos, aunque entre ambas parece existir una relación bidireccional: la anhedonia, la apatía, la falta de motivación, la reducción de la actividad física, el aislamiento social y la sensación de la pérdida de control sobre la propia vida podrían ser características comunes entre ellas. Los pacientes con EPOC sufren de fatiga, anorexia, dificultad respiratoria, pérdida de peso, disminución de actividad física y debilidad muscular, facilitando la aparición de síntomas depresivos, que se agravan cuando carecen de soporte social y emocional. Por otra parte, la depresión empeora la capacidad funcional y predice la limitación en actividades básicas de la vida diaria, y la dependencia a que da lugar incrementa los síntomas depresivos. Otros factores contribuyentes podrían ser cambios en el patrón de sueño y de alimentación, o la reducción de la actividad física, que conducen a debilidad, pérdida de energía y deterioro de los sistemas neurofisiológicos.
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