Durante los últimos meses, casi toda nuestra atención ha estado puesta, lógicamente, en la evolución de la pandemia de COVID-19. Una crisis sanitaria que requería nuestra atención y acción urgente. Sin embargo, los expertos nos recuerdan que no se puede aparcar y dejar para más adelante el otro gran reto con el que tenemos que lidiar: el cambio climático.
La crisis climática es un fenómeno global y que tiene importantes repercusiones sobre el desarrollo económico, la seguridad alimentaria, la propagación de enfermedades y la salud de las personas. El incremento de temperaturas provoca sequías que a su vez afectan a la agricultura y están en el origen de grandes hambrunas. Además, favorece la expansión de virus que habitualmente estaban restringidos a zonas tropicales: por ejemplo, la incidencia mundial del dengue se ha multiplicado en los últimos años, y el riesgo de infección afecta a aproximadamente la mitad de la población mundial. Las olas de calor provocan un incremento de ingresos hospitalarios y fallecimientos, sobre todo en la población más vulnerable, y los eventos extremos como ciclones o inundaciones provocan numerosos daños materiales y personales.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el cambio climático causará unas 250 000 defunciones anuales entre 2030 y 2050. 95 000 muertes relacionadas con la desnutrición infantil, 60 000 por paludismo, 48 000 por diarrea y 38 000 ocasionadas por la exposición a olas de calor. La mitigación y adaptación al cambio climático, por tanto, son asuntos que deben estar sobre la mesa a la hora de abordar cualquier cuestión política o económica, y también se deben tener en cuenta en la gestión sanitaria.