Una tras otra, las fake news sobre el COVID-19 han ido extendiéndose por todo el mundo convirtiéndose en una segunda epidemia: los bulos han encontrado el campo de cultivo ideal para nacer, crecer y multiplicarse. Son informaciones falsas desde su origen, invenciones deliberadas pero envueltas de algún elemento de verosimilitud que les aporta algo de credibilidad y divulgados de manera premeditada con algún objetivo.
«El clorito de sodio elimina el virus de nuestro cuerpo en 48h». «El 5G es el culpable de la pandemia». «Si bebe mucha agua y hace gárgaras con agua tibia y sal o vinagre, elimina el virus». «La causa de la enfermedad es una bacteria». Una tras otra, las fake news sobre el COVID-19 han ido extendiéndose por todo el mundo convirtiéndose en una segunda epidemia. Los bulos han encontrado en esta pandemia el campo de cultivo ideal para nacer, crecer y multiplicarse. Son informaciones falsas desde su origen, invenciones deliberadas pero envueltas de algún elemento de verosimilitud que les aporta algo de credibilidad y divulgados de manera premeditada con algún objetivo. Para saber cómo actúa un bulo en la mente de las personas, desde que se crea, pasando por su difusión, y hasta que llegue a nuestros oídos, el equipo de psicólogos de ifeel ha elaborado diez puntos explicativos sobre la propia psicología del bulo.
¿Quién diseña un bulo? El componente antisocial
El bulo no sería tal sin un propósito: es creado por una persona con una finalidad concreta, y en ningún momento es completamente espontáneo o incondicional. Quien inicia la cadena de un bulo considera cómo es su público objetivo, su audiencia, a la hora de diseñar el contenido de esa noticia falsa y planificar su difusión, de manera que aumenten la probabilidad, por decirlo de alguna manera, de hacer diana. No importa si esto lo hace de manera burda o inconsciente. Lo que importa es que se hace.
El problema no es sobreinformarse, sino intoxicarse
Sobre la propia información a la que accedemos estos días existe el riesgo de intoxicarnos con los contenidos, bien porque son inadecuados en su fondo y forma o bien porque lo son por su cantidad. Últimamente se habla mucho del término «sobreinformación» para hacer referencia a esa saturación de contenidos presuntamente informativos que engullimos. Sin embargo, hay que incidir en que a menudo el problema no es que nos sobreinformemos –es decir, que nos informemos mucho o más de lo que necesitamos–, sino que nos intoxicamos porque la información es falsa o de falsa utilidad. Es decir, nos informamos a través de un torrente de comentarios destructivos, bulos, análisis falaces o claramente sesgados… Como ciudadanos adultos deberíamos tener un poco más de control saludable y consciente sobre la exposición a chats, coloquios, programas, redes sociales, etc. a la que nos sometemos. Todos esos estímulos, sean rigurosos o no, entran muy rápido y en gran cantidad en nuestro sistema, saturándolo. Luego, nuestro sistema los tiene que procesar y, a continuación, naturalmente, el producto resultante (la conclusión) y también el sobrante (el puro excremento) tienen que ser expulsados al exterior. Los estímulos informativos no se crean ni se destruyen, sino que, simplemente, se transforman.
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