Un total de 233 revistas científicas del ámbito de la salud se han unido para solicitar a los gobiernos de todo el planeta la adopción de medidas de emergencia que aborden el “daño catastrófico a la salud” que supone el cambio climático. Los servicios sanitarios no podemos permanecer ajenos a este desafío. Como garantes de la promoción de la salud, la prevención de la enfermedad y de la asistencia sanitaria, debemos también atender la emergencia del cambio climático, innovando en la gestión y, por tanto, en salud.
Entre otras cuestiones, la comunidad científica alerta de los riesgos sobre la salud derivados del aumento de la temperatura global y la destrucción del mundo natural. En los últimos 20 años, la mortalidad, entre las personas mayores de 65 años, relacionada con los efectos del calor en la salud ha aumentado más del 50%, observándose un crecimiento de episodios de deshidratación y pérdida de la función renal, de tumores cutáneos, de infecciones tropicales, de empeoramiento de la salud mental, de complicaciones en el embarazo, alergias e incremento de la morbilidad y mortalidad cardiovascular y pulmonar.
La amenaza sanitaria que supone el cambio climático comienza a estar validada por los datos. Más de cinco millones de muertes adicionales al año se pueden atribuir a temperaturas frías y calientes anormales, según un estudio internacional dirigido por la Universidad de Monash en Melbourne, Australia. El estudio demostró que las muertes relacionadas con las altas temperaturas aumentaron en todas las regiones del planeta entre los años 2000 y 2019, lo que hace temer que el calentamiento global debido al cambio climático empeorará esta cifra de mortalidad en el futuro, tanto la debida al incremento medio de las temperaturas como, en mayor medida incluso, a la ocasionada por las temperaturas anormalmente bajas, otra consecuencia menos publicitada pero también preocupante de un cambio climático que promueve los fenómenos extremos. Por cierto, el continente europeo registró las tasas de exceso de muerte más altas debido a la exposición al calor.
En todo este contexto, los sistemas públicos de salud no podemos ser parte del problema, sino al contrario, parte importante de la solución. La Organización Mundial de la Salud nos recuerda que la reducción de las emisiones dentro de los propios territorios es fundamental para mejorar la salud de sus poblaciones, dado que la contaminación atmosférica resulta una de las principales causas de enfermedades respiratorias, como el asma, y también de patologías cardiovasculares.
Además, como promotores de la prevención de la salud, tenemos que ser ejemplo de sostenibilidad. Sin embargo, la realidad es bien distinta: si el sector salud fuese un país, sería el quinto emisor más grande del planeta. El 4,4% de las emisiones mundiales de CO2 provienen de actividades relacionadas con el ámbito sanitario.
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